domingo, noviembre 05, 2006

ORDEN DE ARRAIGO

Cuando me despidieron de mi trabajo a fines del 2005, me propuse no volver a trabajar más en una empresa. Hice algunos planes, las cosas no avanzaron tan rápido como quise, así que antes de que la sangre llegara al río, me propuse buscar una pega que me permitiera estar tranquilo. Tuve suerte, a las tres semanas de enviar mi curriculum, conseguí un muy buen trabajo en un área nueva para mí, de la que siempre había querido ser parte. Una vez instalado en mis nuevas labores con una actividad hiperdemandante de la que no tenía noción, me pregunté : ¿Por qué tardé nueve meses en atreverme? Conozco muy bien la razón : No era capaz de conocer más gente, de interactuar con nuevas personas, de enfrentar ese permanente desafío de los afectos y los odios nuevamente. Quería quedarme pegado en casa, esperando que llegara el éxito golpeando la puerta sin ningún costo emocional mayor al del sacrificio familiar. Esa ha sido una tendencia enorme durante mi vida, “quedarme pegado”, aquel acto de siempre volver a lo que ya tengo, a lo seguro, a lo que gira en torno a mí, de manera conocida. Mientras estaba en todas éstas divagaciones, resulta que mi nuevo jefe me avisa que debo hacer un viaje a Argentina. Aún nervioso, aún cuestionándolo todo, empiezo a proyectar esa semana fuera de Chile y de casualidad (porque así fue) escuché en la televisión la frase “orden de arraigo” y me puse a pensar en que hace algunos años tuve participación en un incidente automovilístico en estado de ebriedad. Me asusté y llamé a Investigaciones de Chile, donde me confirmaron que yo efectivamente no podía salir del país. Diablos. Tenía dos días para hacer un trámite que un abogado normal saca en dos semanas. El tema es que literalmente (y por favor, consideren esa palabra con la mayor seriedad del mundo) supe lo que era humillarse y rogar e implorar a otro ser humano, y varias veces, contando a la secretaria del tribunal, al archivo judicial, la secretaria del patronato, el alcalde de la cárcel de Puente Alto, la jueza del primer juzgado de letras y policía internacional, humillaciones tan eficientes, que lo ocurrido realmente puede ser considerado un milagro. Pude salir del país (no lo hacía desde el 2002) y vivir todas esas extrañas sensaciones que se tienen cuando uno no está en su tierra. Libertad, caminar en la tarde en una ciudad desconocida, probar calles, perderse y tratar de ubicarse de nuevo (algo que me encanta hacer cada vez que conozco una ciudad nueva), escuchar otro acento, ver otras costumbres. Estaba en eso, cuando el primer día se me ocurre revisar mi correo en el hotel, recibí una noticia fuerte, no sé si terrible, pero fuerte. Confirmé que una relación importantísima con una chica ya no tenía más vuelta, eso lo sabía yo y lo sabía ella desde hace algún tiempo, pero ese día las noticias hacían todo irreversible. Me dediqué la semana siguiente a trabajar, pasear en las tardes, jugar a caminar por barrios desconocidos y de mal aspecto con la adrenalina a mil y el miedo a ser asaltado y el orgullo de ser tan valiente como para vivirlo como deporte (alguna vez lo hice en Iquique, en Londres, en Valdivia, en Sao Paulo...), “las ciudades hay que conocerlas de verdad” pensaba como en todas aquellas otras veces, luego vienen los “que hago aquí”, “¿qué me trajo aquí?” , si hace tres semanas estaba instalado en el corazón de La Pintana viendo la teleserie de la hora de almuerzo. Fue una buena semana, conocí gente y nuevas costumbres, finalmente volví a Chile en pleno dieciocho, chicha y empanadas a la bajada del avión, fiestas familiares multitudinarias (¿exagero si digo que 100 personas?) , asados, vino con chirimoya y piscola, rodeándome, las mismas personas de hace 30 años, las mismas frases, los mismos chistes, las mismas borracheras, los mismos personajes, la misma sensación de ¿debí habérmela jugado por esta chica? . Un aire de comodidad y protección y maldita estabilidad flotó alrededor de mí. Sentí que me odiaba. El mito familiar cuenta que desde guagua ahuyentaba a los niños y niños que se acercaban a jugar conmigo, salvo que fueran mis hermanos o primos. La comodidad de los que ya te conocen, de saber que vas a caer bien parado ¿Tanto miedo me tengo?. Termino éste escrito confuso, donde hablo de todo un poco, de emociones revueltas, pero que las mezclo porque todas me llevan a la misma conclusión : Tengo la sensación de que quiero liberarme de todos quienes me rodean actualmente, y para eso, hay que tener una fuerza que no tengo. También tengo la sensación de que si vuelvo a tener la oportunidad de jugármela por una chica, esta vez quiero darme cuenta, quiero estar conciente, quiero tener los permisos, las autorizaciones, expediciones, aprobaciones que se saquen de la caja de comodidad y letargo. Quiero levantar la orden de arraigo que he ejercido contra mí mismo durante tantos años y salir, tomar algo de aire, mirar al infinito, no pensar.