jueves, marzo 23, 2006

CHAÑARAL




Si hoy gano el Loto, abandono inmediatamente Santiago. Me compro la casa más grande de Chañaral, contrato gente del pueblo para las reparaciones gruesas, y yo haré algunas labores menores como pintar un muro, arreglar alguna chapa o pulir una puerta. En las mañanas saldré a trotar por esa playa gigante y volviendo, me ducharé e iré al banco para ver como va mi dinero y llamaré a Santiago para saber si mi familia está bien. Buscaré una cantina y almorzaré todos los días ahí, para que la dueña me considere un buen cliente, y me atienda cada vez mejor. En las tardes subiré hasta el faro para ver la puesta de sol. Cuando sea de noche, me compraré un cono de papas fritas y entraré al polideportivo a ver los campeonatos de baby fútbol que disputan los pobladores. Una vez que tenga estado físico suficiente, intentaré ser amigo de alguno de la liga. Un día le hablaré de lo bien que se pasa jugando a la pelota, y me preguntará si yo juego, y yo diré lo de siempre, que no, que soy muy malo para la pelota, que iré a puro pasar vergüenza. Pero como al conocer personas soy el señor empatía, en principio caeré bien, y me insistirán, una y otra vez, hasta que aceptaré (simulando que me obligan) y compraré la indumentaria para todo el equipo. Jugaré de puntero izquierdo, al principio me perderé muchos goles, pero una vez superado el miedo escénico, los haré, no tantos, pero la mayoría bonitos o sorpresivos o divertidos. Celebraré dentro y fuera de la cancha y pasaré a ser conocido. La gente me va a empezar a saludar en la calle, tal vez hasta me inviten a algún acto municipal. Un día contaré un poco más de mi vida, les diré que yo me consideraba un tipo desagradable pero sociable, ellos me dirán que cuando me veían recorrer el pueblo en silencio, les parecía pesado y mala onda, pero que al conocerme se han dado cuenta de lo buen chato que soy. Yo fingiré falsa modestia, y ya en confianza empezaré a apropiarme de las conversaciones, a marcar las pautas, a tratar de ser el más entretenido. Cuando mi casa esté lista, la voy a inaugurar e invitaré a todo Chañaral. Hablaré en exceso, la gente me escuchará, algunos intentarán polemizar, yo usaré la ironía o la burla para imponerme. Haré reír a varios, salvo a los afectados, eso seguirá en las otras fiestas, aunque cambiaré siempre de víctima. Con el tiempo, por temor a ser avergonzados, mis nuevos amigos aprenderán a escuchar, y yo me veré obligado a hablar cada día más. Tendré que manejar muchos temas, estar actualizado, perfeccionar historias para rellenar las charlas con vivencias de calidad premium, mi inconciente se encargará de inventar los detalles más emocionantes, y cada día iré confundiendo más fantasía con realidad. Una vez que mi memoria esté lo suficientemente adulterada, tomaré el control absoluto y eliminaré todo vestigio de empatía. Siempre creeré tener la razón, siempre me sentiré admirado, siempre me sentiré con el derecho a fijarme en la mujer de quien sea. Luego empezaré a notar cada vez menos gente cerca, a las sobrevivientes (porque sólo las mujeres alcanzan ese nivel de tolerancia) les diré que siempre es lo mismo, que debo ser un pedante, engreído y aburrido, y ellas me dirán que no, que no es para tanto, que la clave es no tomarme en serio, pues yo soy pesado, pero que en el fondo soy bueno. Y después de esas palabras de consuelo, dedicaré mis tardes a salir de Chañaral, para simular que soy yo el que no quiere ver a nadie. Iré al desierto a tomar fotos de piedras y cerros, a deslumbrarme con la diversidad de cafés, grises y sienas que cubren los terrenos de la zona. Cuando me aburra, tomaré mi jeep nuevo e iré a Pan de Azúcar, de vez en cuando arrendaré un bote, cruzaré hasta la isla y me quedaré mirando a los pingüinos. Eso lo haré varias veces y cada vez que alguien del bote me pregunte que pienso, voy a decir que no dejo de sorprenderme con que ese tipo de aves habiten una isla tan desértica. Que por más que los mire, siempre me van a parecer superpuestos, como en esos juegos de periódico que te piden adivinar que es lo que no pertenece a la escena. Después me quedaré callado, pensando lo mismo de mi. Recortado y pegado sobre un fondo ajeno, Santiago o Chañaral, o la vida misma. Luego volveré a tierra, me subiré al jeep y cruzaré el desierto escuchando Pink Floyd a todo volumen y me pondré a canturrear como energúmeno y miraré alrededor, el sol, la playa gigante, el desierto. Si gano el Loto de hoy, me voy a Chañaral. En pleno desierto, no es una carga estar solo. Es hasta natural.

martes, marzo 07, 2006

PUNTOS CARDINALES

Anfield Road
Liverpool, Inglaterra
Mayo 7, 2002

El desayuno británico que solo comen los turistas “pobres” apenas cabía en mi estómago. Huevos revueltos, porotos con salsa, leche, pan, tocino, salchichas, frutas cocidas, jugo. La única justificación de tamaña asquerosidad era ahorrar el almuerzo para cumplir mi meta de “7 días viviendo en la ciudad de los Beatles”. Liverpool no es una ciudad bella, ni sus calles, ni sus barrios, ni siquiera el río desembocando en el Irish Sea. Pero yo era víctima de una enfermedad, ver lo perfecto debiera estar vetado para los seres humanos, entender la discografía completa de los Beatles está dentro de esa categoría. Y fui un peregrino. Al quinto día de dejar los pies en la calle visitando las casas de Lennon, McCartney, Harrison y Starkey, sus colegios, sus veredas, sus bares, supe que no era un iluminado como ellos. Solo era un fan buscando algo que emocionara mi existencia. Mi primera actividad no-Beatle fue ir al estadio del Liverpool. En Anfield Road, mirando una mole de hormigón y acero, y asumiendo que no podía pagar las 60 sterling pounds de la entrada, supe que hasta los sueños cumplidos tienen su esqueleto hecho de pura, dura realidad. Nunca en mi vida he estado más al norte que aquella vez.


Camino San Sebastián, Club de Huasos
Porvenir, Tierra del fuego, Chile
Febrero 14, 2004

Aprovechando la “práctica país” de mi hermano (que para mí equivalía a alojamiento barato), crucé el estrecho de Magallanes entre vómitos de chilenos y cámaras digitales de japoneses. Porvenir es una ciudad chica donde casi no pasa nada. Los almacenes están dentro de las casas, y las lechugas se venden por kilo a precios impactantes. A los santiaguinos nos tratan como dioses a los cuales se les ofrece cordero en toneladas, aunque después del festival de garrafas descorchadas, nos ven como nortinos aprovechadores y sinvergüenzas. La relatividad emocional del etanol. Zamorano y Kenita cancelan su boda de día de los enamorados. Yo nunca me he enamorado. Intenté andar a caballo en el Club de Huasos, el caballo no se movió un centímetro. Me bajé y devoré el cordero asado, para eso sí que tengo talento. Nunca en mi vida he estado más al sur.

Orongo
Isla de Pascua, Chile.
Septiembre 9, 2005
Odiando mi trabajo, mi mediocridad y mi decadencia, me conseguí plata y viajé a Isla de Pascua, imaginando largas caminatas solitarias, meditaciones místicas y profundas, elevaciones espirituales y quien sabe, una epifanía en medio del húmedo aire de la isla. Ojo para los que no son cartógrafos. Los mapas suelen engañar y caminar diez horas diarias no te garantiza conocer la isla ni bajar de peso. Son pocos días, y primero cedo con el trago, luego la comida, luego la buena onda, finalmente la socialización. Odiaba a mis compañeros de pensión el primer día, terminé arrendando un jeep con ellos. A pie es difícil llegar a Orongo, hay que venderse y poner caras sonrientes y decir dos o tres buenos chistes. Llegamos en patota al lugar, de belleza indescriptible. Hubiera dado cualquier cosa por estar solo; a cambio , tuve quien me sacara la foto. Equilibrios precarios de la vida. Ese día estuve más al Oeste que en ninguna otra oportunidad.

Greenwich, Meridiano Cero
Sureste de Londres, Inglaterra
Mayo 10, 2002

Para conocer Londres sólo tengo dos días, y un ticket de metro. Abordo el Docklands Light Railway, un tren que pasa por barrios ultramodernos, plateados, intergalácticos, llenos de gente rubia vistiendo trajes de alta costura, bebiendo cerveza fría en vasos imaginados en escuelas de diseño. Me bajé en la estación Greenwich, y pregunté ¿Dónde queda el meridiano de “gringüich”?. Nadie me entendió. Seguí caminando, di muchas vueltas, “capaz que esté perdido”. Volví a preguntar y volví a fracasar. Hasta que al fin lo logré. Una amable señora de ojos azules y cachetes colorados, me dice que por ese camino llego al parque de “griinich”. Yo no estuve en colegio cuico, no tenía porqué saberlo. Total, llegué al meridiano igual no más e incluso me di el lujo de caminar tres o cuatro metros más allá y saber que nunca he estado más al Este que en ese instante.


La Pintana, Santiago de Chile
Agosto 6, 2004
Nunca me he sentido más triste.



La Florida, Santiago de Chile.
Diciembre 30, 2005

No recuerdo haber estado más feliz.