domingo, mayo 27, 2007

LECCIONES OLVIDADAS



Si realmente pudiera elegir de que manera me gustaría ganarme la vida, sin duda diría que escribiendo. Cuando niño "me" escribí libros del reino animal, donde reproducía cosas que había aprendido en el Icarito, pero desde mi punto de vista, el que me parecía más entretenido. También hice artículos periodísticos para un diario que sólo leía yo, acerca de cosas que me parecían interesantes tanto de mi vida cotidiana como del mundo noticioso real. Los repasaba hasta dar con él artículo que me llenara mi gusto a esos extraños 10 años. A esa misma edad escribí alguna poesías insulsas, de aquellas donde todo rima perfectamente con si fuera una canción infantil y con una de ellas gané un concurso del día de la madre y un diccionario de sinónimos y antónimos. Y pese a mi timidez, varias veces me ofrecí para confeccionar el diario mural, donde intentaba ser original y en vez de poner efemérides, ofrecía noticias actualizadas y rankings musicales. A los 14 años, dibujé una historieta en las puntas de las hojas de un cuaderno. La idea era generar la típica sensación de movimiento cuando haces pasar rápido las hojas, pero la historia resultó tan divertida para una compañera de curso, que la transcribí como un cómic, de 24 capítulos llamado “El pulpo”, y que terminó siendo una saga. Mis lectores : Mi amiga, otra amiga que se sumó y mi hermano menor. El nivel de tiempo que le dedicaba era en realidad estúpidamente exagerado para tan pocos lectores, aunque a pesar de los casi 20 años que han pasado, creo que nunca voy a olvidar la cara de inmensa felicidad de mi hermanito cuando, cerca del final de la “tercera temporada” de El Pulpo, le “resucité” a unos personajes que el quería mucho y que habían pasado al olvido. Que momento.
Tuve otras “voladas” literarias. En tercero medio, una chica - que no era ni mi amiga ni mi polola – por razones que he olvidado, un día confió en mi y me contó un secreto por carta. Yo, sin motivación aparente, le respondí como si fuera un tipo con personalidad múltiple. Le di consejos desde tres perspectivas : La de un sabio, la de un chico piola, y la de un adolescente carretero. El ejercicio le resultó tan interesante, que ésta mujer empezó día a día a contarle su vida a éstos tres personajes, para que le entregaran luz a su camino. A veces entre ellos se contradecían, lo que a mi me resultaba muy divertido, y seguramente a ella confuso, y así pasaron dos años completos en que cada mañana encontraba un mensaje en mi puesto, y asumía mi rol de diario de vida humano. Al salir del colegio, un día me di cuenta de lo “anormal” de ésta aventura y le propuse que, en pleno paseo de cuarto medio, una noche hiciéramos una fogata y quemáramos todas las cartas y diéramos vuelta la hoja. No lo hizo muy convencida, pero ahí se esfumó el maníaco de las tres personalidades, literalmente convertido en cenizas que se llevó el viento. A ella la vi unas tres veces más, una de ellas, ebrio en una fiesta donde tuve un tórrido encuentro con su hermana menor.
Ya en la universidad, en medio del extraño entorno en que vive alguien que estudia química, un día surgió un boletín de la carrera, en el cual me hice dueño de una columna, desde la cual generé más de alguna polémica y una – quizás insignificante – suma de pequeñas admiraciones y odios. Este boletín fue el paso necesario para lo que en su momento fue mi mayor orgullo : El boletín “Cablecito Poco”, un pasquín independiente, autodenominado “hedonista y ecléctico”, en el que partí como un miembro más, pero cuyo trabajo me obsesionó de tal manera, que en sus últimas ediciones terminé escribiendo casi todos los artículos yo sólo, usando distintos seudónimos, distintas personalidades, distintos estilos, faltando una semana entera a clases – y por dios que es cierto- sin siquiera darme cuenta de ello. Nunca supe si era una revista buena o mala, pero su impacto fue tan real, que me costó un sumario dentro de la universidad, el odio o fanatismo de media facultad, y cinco años después, una mención de agradecimiento de una chica que no conozco, en su discurso de egreso en la casa central de la Universidad de Chile.
Luego vino la adultez, mi traumático paso hasta ella quedó plasmado en un guión llamado “Disculpen por el desorden”. Era la época en que pensaba que lo mío era ser cineasta, cuan equivocado estaba, no tenía ni el tiempo, ni el talento ni la motivación, y por esa confusión, no reconocí que mi verdadera energía estaba canalizada en ese texto, el que leyeron cerca de 40 personas y que fue comentario de asados y fiestas, situación que por cierto me agradaba mucho, pero que no vi de manera suficientemente clara como para tomar esos elogios y pulir ese guión y hacerlo una verdadera obra y no ese remedo histérico de historia juvenil que hoy me parece al hojear sus páginas. Entré de lleno a la etapa más deprimente de mi vida y con ello, algunos intentos como la fallida resurrección de Cablecito en formato electrónico, y un varios intentos fracasados en el concurso de 100 palabras del metro. Cada uno de esos años miraba los cuentos ganadores y pensaba “mi cuento era bueno” y – debo decirlo – me daba un poco de pena. Pasó el tiempo, y como el preámbulo para lo que sería el abandono de mi “edad media”, comencé con un amigo de mi ex – trabajo, a ...de cierta manera... competir con escritos, es decir, ambos comentamos que en alguna época juvenil escribíamos y usando el concurso del metro como pretexto, empezamos un ejercicio narrativo casi diario de escribir textos como energúmenos, varios de los cuales dieron inicio a este blog. Ambos fuimos despedidos del trabajo (obvio, no trabajábamos en una editorial), no sin antes, ambos enviar, con cierta resignación, nuevos cuentos al concurso del metro. Llegó esto de los blogs, nació línea de tiempo y Ron City, y yo intenté ser microempresario, y me fue mal, y busqué un nuevo trabajo y volví a buscar maneras de vivir lo más rápido posible, para que no se note que no soy escritor, para no darme cuenta que no hago lo que quiero hacer, y entremedio seguí conociendo gentes e historias, hasta que un día llega a mi e-mail, un mensaje indicando que uno de los cuentos que envié el año anterior al concurso del metro, estaba seleccionado entre los 100 mejores y que forma parte de un libro que sería repartido a 100 mil personas en ésta ciudad. Sí. 100 palabras me transformaron oficialmente en escritor. ¿Qué sentí? Primero, alegría. Me creí escritor, me iban a publicar. Segundo : algo de decepción. Mi cuento seleccionado era el que menos me gustaba de todos los que había enviado. Tercero, recordé dos historias que me inspiraron ese cuento, una de la farándula chilena, otra de una amiga mía, que lee éste blog, y que sin saberlo fue un catalizador para esa historia, que voy a transcribir al final de éste post. Antes de hacerlo, finalizo éste escrito, con una confesión : Finalmente, para alguien que quisiera ganarse la vida escribiendo, resultó patético saberse "escritor" gracias a escuálidas 100 palabras, que ni siquiera me agradan tanto. Y es que a pesar de algunos elogios recibidos, de algunos posteos amigos llenos de buenas intenciones, de haber pasado una selección en el metro, nunca me gusta realmente lo que escribo y cada vez que dejo pasar los meses e intento releerme, casi siempre me da algo de vergüenza lo que he escrito. No busco ninguna reafirmación de autoestima con ésto, ni comentarios sobre “que si escribo bien”. Como siempre, escribo ésto para mi mismo. A veces logro transcribir historias, generar alguna emoción, entretener o lograr la atención y concentración del lector. Pero no soy Borges, no soy Cortázar, no soy Faulkner ni menos aún Joyce. Y créanlo, cuando te gustaría ganarte la vida en esto, no ser uno de ellos, duele.


LECCIONES OLVIDADAS
(cuento publicado en el libro "Santiago en 100 palabras", Mayo 2007)

Javiera y María son amigas. Javiera quiere a María porque nunca le ha fallado, por su lealtad incondicional. María quiere a Javiera de la forma que se admira un precipicio al caminar por el borde : con fascinación, delirio y pánico. Si retrocede, pierde de vista el esplendor de tanta belleza. Si avanza un paso más, empieza la caída, el horror, la catástrofe. A Javiera siempre le dijeron : “No hay que confiar ciegamente en la gente”. A María le enseñaron claramente que las niñas deben fijarse en los niños. En ésta ciudad la gente crece y se olvida de todo.