PRIMERA LEY DE LA TERMODINÁMICA
Fui un niño genio lleno de palabras de grande y emociones omitidas. Un reprimido escudado en esa sabiduría típica de los niños-almanaque de los programas de televisión, que saben perfectamente cual es la moneda de Bulgaria, pero que mueren de vergüenza cuando otro niño los desafía a un juego de pelota. En aquella época sentí orgullo de esa supuesta superioridad y hoy siento algo de lástima por tamaña desadaptación, quizá en la misma cantidad que aquel orgullo. Entre ambas, un proceso duro, mezcla de vergüenza y esperanza, desde una infancia de burbuja, niño maravilla de clase humilde que de seguro sobrepasaría las barreras sociales hasta adulto falsamente adaptado y agradecido de esas tajadas de felicidad que a diario robo a la sociedad común, usando mentiras tan piadosas como desesperadas. Ahora me mimetizo, mi vida es común y corriente, no estoy en la NASA ni voy camino al premio Nobel. Bebo vodka, me emborracho, me enamoro, trabajo, recupero la sobriedad, me pongo el disfraz de la cordura, me desenamoro, me despiden de mi trabajo... Todo normal, pero siempre con el miedo a ser descubierto, como si tuviera otro idioma natal y al tratar de hablar español, debiera hacer esfuerzos sobrehumanos por ocultar mi acento. La lógica dice que tal vez estaría más cómodo usando un jockey, lentes de marco grueso, virgen a los 33 años, pesando 120 kilos, hablando con mis gatos, conociendo personas por Internet, coleccionando juguetes de Star Wars y hackeando la web del Pentágono. Pero por alguna razón no seguí la lógica y aprendí a bailar y a disfrutar programas de farándula y a deslumbrarme con una mujer increíble en un hotel de carretera... pero a pesar de toda la alegría que consigo siendo un tipo normal, siempre está latente el pánico hacia ese algo me va a delatar. Quizá mis comentarios ultra-racionales (emblemas de lo inoportuno)... Tal vez esa ignorancia que me hace no conocer ni manejar aquellos códigos que todos los que tuvieron una infancia-pubertad normal si dominan... A lo mejor el no poder expresar emociones con la honestidad que lo haría el resto, cuidándome de no usar la frialdad que me hace sentir un monstruo. Jamás reacciono con ternura, aún cuando sienta que me va a desbordar. Nunca he golpeado a alguien cuando he tenido miles de motivos para hacerlo. No se me mueve una célula si me entero de la muerte de un conocido que me caía bien y veía a diario, pero por quien no sentía un afecto especial. Los expertos dicen la evolución le ha entregado al ser humano un grupo de cinco emociones básicas asociadas a nuestra primitiva condición animal y su instinto de supervivencia. Es así como espontáneamente las personas pueden sentir ira, amor, tristeza, felicidad y miedo, casi siempre de forma incontrolable. Emociones primarias que no son más que reacciones espontáneas de nuestros cuerpos a estímulos externos. Y la expresión de ellas es nuestra única conexión con el resto del mundo. Y si en un ataque de celos, el amor se puede convertir en miedo, también lo puede hacer en ira, y también en felicidad o tristeza, o puede haber mezclas de estas emociones básicas para producir algunas más complejas como la decepción, la empatía, la compasión, el respeto, el asco, la decepción, la esperanza. ¿Podemos medir las emociones?. ¿Cuánto de nuestro amor transformamos en ira cuando nos traicionan? ¿Cuánto de nuestro miedo transformamos en felicidad al saber que somos correspondidos? La termodinámica en su primera ley nos dice que cualquier cambio de energía necesariamente genera algún otro tipo de energía equivalente a aquella que se ganó o perdió. La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y ahí vemos como el agua de los ríos mueve las turbinas que por acción de un campo magnético generan electricidad que llega a mi hervidor calentando el agua a una temperatura tal que me permite tomar éste café a ésta hora. Y así el niño que reprimió sus emociones para poder ser el niño sabio, no podía desperdiciar energías en lanzar piedras en la calle, pues debía ocuparlas en aprenderse los órganos del aparato circulatorio, después supo lo que era el miedo, pero no pudo expresarlo y lo transformó en irreverencia, y tampoco pudo expresar el amor y lo mezcló con otras emociones y lo transformó en algo parecido al respeto. Y para subsistir se embriagó y vistió jeans rotos y camisas de franela, y luego chaquetas de cuero negras, y después ropas brit-pop y quien sabe cuanta moda más. Porque quedarse coleccionando figuritas de Star Wars jamás. La energía de las comidas se transforma en grasa y se acumula y el aumento de peso se detecta en los kilos, y para bajarlos hay que trotar varios kilómetros que equivalen a un determinado número de calorías. Energía, la misma de siempre, adaptándose, aprovechándose, gastándose. Bailo al son del rock con la misma intensidad que leo a Joyce, y quizá es la misma cantidad de pasión que uso para besarla o para celebrar un gol. Otros sólo disfrutan. Yo quiero saber cuanto es y cuando se acabará. Racionalizando todo. Midiendo todo. Conservando el acento de mi tierra natal. ¿En qué unidades se medirá la pena?